domingo, 29 de septiembre de 2013

El día que fusilaron a Dios



En 1918 Dios fue sometido a juicio

Por sus crímenes contra la humanidad

En el banquillo de los acusados se colocó una Biblia

Los fiscales presentaron numerosas pruebas de culpabilidad

Basadas en testimonios históricos sobre la crueldad de Dios

La defensa pidió la absolución por demencia evidente y

Por desarreglos psíquicos irreversibles

El tribunal encontró culpable a Dios de todos los cargos

Y lo condenó a muerte

En el amanecer del 17 de Enero de 1918

Un pelotón de fusilamiento disparó cinco ráfagas de ametralladora

contra el cielo de Moscú y cumplió la sentencia

Tiempos después Lunarchaski, el comisario cultural de la revolución, dijo:

“Dios no existe. Lo fusilamos nosotros allá por 1918”


J. Axat (reescritura de un texto de Juan Forn, en “El hombre que fue Viernes”)

lunes, 16 de septiembre de 2013

2 Poemas de Septiembre

Por Julián Axat


VARIANDO E. E. CUMMINGS


La vejez levanta carteles que dicen “fuera de aquí”

 y

 La juventud los derriba



La vejez grita: “propiedad privada”

 y

 La juventud ríe de la vejez



La vejez reprende: “prohibido, alto, abstenerse, NO!”

 y

 La juventud continúa obligadamente envejeciendo.



vejezjuvetudvejezjventudvejezjuventudvejezjuventud



La juventud levanta carteles “fuera de aquí”

 y

 La vejez los derriba



La juventud grita “propiedad privada”

 y

La vejez se ríe de la juventud



La juventud reprende: prohibido, alto, abstenerse, No!”

y

La vejez continúa rejuveneciendo




SAIN – TOUT o SAINT JUST?



La palabra juventud obsesiva


o


La juventud obsesiva palabra


o


La obsesiva palabra juventud


o


palabra juventud obsesiva La


o


En el caballo de Troya doctorado de Juventud

todas las juventudes sin diploma se afiebran

para salir

lunes, 2 de septiembre de 2013

HOMENAJE A MIGUEL ANGEL BUSTOS - colocación placa puerta de la casa en la que fuera secuestrado en 1977.

Palabras para Miguel Ángel Bustos

Por Alejandro Ricagno



(Texto leído el 31 de agosto de 2013, en ocasión de la colocación de un Baldosa por la Memoria en    la vereda del domicilio de Miguel Ángel Bustos, donde fue secuestrado el  30 de mayo de 1976, en Hortiguera 1529)

En 1977 compré en una librería de Quilmes un ejemplar de Visión de los hijos del Mal,  de Miguel Ángel Bustos, editado en 1967. Puedo decir que lo devoré. Su poesía me golpeó como un cuchillo de luz. No sabia que por entonces Miguel Ángel era arrebatado por los perros asesinos hacia las sombras Por años llevé en mi costado la voz de aquel que “no veía, comía resplandores”
Tiempo más tarde supe de su secuestro y desaparición, de su compromiso militante, en Acto y  Palabra. Y también, comprobé  con los años, con estupor, que incluso en épocas de democracia su palabra también era victima de desaparición, de silencio.
Parece que así sucede cuando el Verbo es un fulgor excesivo, sobre todo en tiempos cuya luz poética es aquella  de la brillantina y los fuegos artificiales.
Pero los fuegos artificiales se apagan pronto, y solo resta entonces lo Verdadero. Para que “todo nos mire sin párpados” como  cantó  Miguel Ángel, “para que se alce dulcísima de pechos salvajes la voz del sueño sin Tiempo".

Y acá estamos Miguel Ángel, están los amigos, los compañeros, está tu hijo Emiliano, que cobijó como padre y madre tu memoria, y tu voz libremente salvaje, el que rabia y rabió. Y están los Guardianes de la Memoria, guardianes sin rejas ni candados, de la memoria tuya y de la de Tantos, sembrando memoria de Futuro.
Y acá estamos Miguel Ángel
Y estaremos Siempre.

Hasta que se sea colmada de JUSTICIA la eternidad.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El Juez y el poeta. Por Julián Axat



A 33 años de la quema de libros en la dictadura 


a Gaby Pesclevy


Cuando mis padres desaparecieron, el 12 de abril de 1977 mi abuelo paterno, Carlos Alberto Axat, un moderado abogado civilista, hizo su primer habeas corpus ante el juzgado federal electoral de la Provincia de Buenos Aires. El entonces juez, Teniente Coronel Dr. Héctor Gustavo de la Serna Quevedo, que lo recibió en su despacho, le preguntó qué estudiaba su hijo, a lo que mi abuelo le explicó Filosofía. La respuesta derivó en una arenga entusiasta del magistrado sobre los problemas épicos y filosóficos acerca del trigo y la cizaña. Mi abuelo, desesperado, que solo estaba ahí para pedir por el paradero de su hijo y su nuera, tuvo que soportar que el señor juez terminara con su clase pseudoerudita para implorar una respuesta efectiva. Cuando regresó al juzgado a los pocos días, encontró el rechazo del habeas corpus y las costas al vencido. Yo por entonces tenía pocos meses, la anécdota me la contó cuando ingresé a la facultad de derecho en 1994, en ella estaba contenido el punto de su frustración en el derecho y la justicia para un abogado con 70 años de profesión libre. Con la anécdota me decía: elegí bien, que no te pase lo que a mí. Mi abuelo murió en 1995.

Héctor Gustavo De la Serna Quevedo, nació en 1926 en Catamarca, hijo de un militar de alto rango y primo del “Che” de lado materno; huérfano desde los ocho años, hizo la carrera militar hasta que fue dado de baja por ser parte de la intentona de alzamientos anteriores a 1955. Recibido de abogado a los 40 años, fue designado por Onganía como interventor del Servicio Penitenciario, y más tarde por la dictadura cívico-militar como juez federal electoral de la provincia de Buenos Aires; cargo que ocupó hasta 1983.

De la Serna fue no solo conocido por ser el juez preferido de “Jimy” Smart dando cobertura judicial a secuestros y desapariciones, para luego rechazar habeas corpus y gozar de imponer costas a familiares de esos desaparecidos; sino que fue y sigue siendo conocido por uno de los hechos más graves contra la cultura de este país. A eso de las nueve y media de la mañana, el 7 de diciembre de 1978, los depósitos que el Centro Editor de América Latina en Avellaneda fueron allanados y clausurados bajo la acusación de infringir la ley 20.840. Por entonces, el valiente editor Boris Spivakow junto con su abogado se atrevieron a dirigirse hasta el despacho de De la Serna para evitar el atropello, pero allí atónitos recibieron una filípica sobre “filología de la disgregación social”, fundamento que se materializó en el decomiso del 30 de agosto de 1980, en un terreno baldío de Sarandí, donde un millón y medio de libros ardieron frente a la mirada del propio De la Serna.

La pieza judicial que ordena la quema ha sido rescatada hace pocos meses, gracias al trabajo de archivo del grupo la Grieta, encabezado esta vez por Gabriela Pesclevi. Como diría W. Benjamin, toda una pieza de civilización lo es también barbarie, y que, a su vez, expone la negación-destrucción cultural de la dictadura hacia determinados libros, entre los que figuraban Marx, Lenin, Mao, Sartre, Cortazar, García Márquez, pero especialmente libros infantiles como los de Elsa Bonerman, o María Elena Walsh.  La investigación llevada a cabo por Pesclevi, me llevó a otros lugares interesantes. Si uno lo Googlea “Héctor Gustavo De La Serna”, lo primero que encuentra es el típico homenaje que el diario “El Día” hace a los personajes de su ciudad, en los que nunca se distingue al héroe del villano; de allí que el desapercibido fallecimiento de De La Serna ocurrido el 8/5/2012, tuvo un montaje-recordatorio donde aparece como “poeta, docente y filósofo”, y nada sobre su nefasto rol de juez.

Lo que a mí me despertó curiosidad del recordatorio del diario no fue el lavado de una historia, sino la introducción de la siguiente palabra: “Poeta”. ¿Cómo compatibilizar la quema de libros con la poesía? ¿Cuál es el lugar del juez verdugo y cuál el de la poesía frente al Mal? La poesía y el derecho son dos lugares que me obsesionan, y De la Serna no solo había rechazado el habeas corpus de mis padres, sino que además se decía abogado y poeta. Si la pieza judicial firmada por De la Serna, que ordenaba la quema de un millón y medio de libros, se trata de una pieza arqueológica que refleja todo el lugar de la barbarie cultural Argentina, entonces hallar el libro de poesía firmado por ese mismo autor, representa el fin de la palabra (poética), o el lugar donde la maldad y la ignorancia coincidían.

Como buen detective literario, salí en la búsqueda de la poesía de De La Serna. No figuraba en catálogos de Internet, recorrí librerías de viejo, consulté en bibliotecas de La Plata, hasta que di con un único ejemplar  de “Poesía y Meditación”, Ediciones Almafuerte (1996). La tapa lleva una imagen de la bóveda de la catedral platense, por lo que ya se aprecia un tono cruzado y en la solapa la siguiente  caracterización: “… crítico preocupado por las ideas disolventes en que se ha encarnado la sociedad…”. La serie de versos son una lírica confesional trillada, halito meditabundo de burócrata jubilado que se paga una edición para despuntar culpas y rendir cuentas con los fantasmas que lo persiguen y ante los que se justifica. Basten este puñado de palabras que reflejan al resto: “¿Quién conociera el peso de la historia / y su incidencia en el vivir futuro? / con su irrumpir en varias direcciones / con tanto polvo sedimentando el alma, /con tanta pena crucificando al hombre /en inseguridad sin concesiones / ¡quien pudiera desentrañar la suerte del angustiado permanentemente! / un profundo arcano señorea el mundo / y el torrente de tiempo, vida y muerte / en medio de nuestro acaecer fecundo / se repite absurdo, obstinadamente… /escribir y borrar acto seguido / en el cuaderno de sufrir y el llanto /sin reparar en el que sufre tanto…”.

Alguna vez me detuve en la poesía del latinista Carlos A. Disandro, o me obsesiona dar algún día con el inhallable libro de poesía firmado por Eduardo E. Massera, en su juventud. El libro de poemas del ex juez De la Serna forma parte de estas inquietudes, y la paradoja consistía en rescatar del olvido, el libro de un quemador de libros. Quién quemaría estos libros, aun cuando estén manchados de sangre o lejos estén de la Poesía con mayúsculas. Cuando mi abuelo me contó la anécdota de su frustración ante el juez De la Serna, entonces yo decidí ser abogado, pero también elegí la Poesía.