viernes, 26 de noviembre de 2010

Para agendar


El próximo sábado 11 de diciembre, LDS presentan la antología en la ex- ESMA.

Importante: no se espera la disertación de Theodor Ludwig Wiesengrund Adorno.

martes, 23 de noviembre de 2010

Los hijos del fierro

Por Nicolás Prividera*



Hay hijos que convierten su vida en un santuario de los padres.
Hay hijos que tienen miedo del pasado tanto como del futuro.
Hay hijos que ocultan su origen, como si temieran –o simplemente no quisieran- ser señalados.
Hay hijos que no saben que sus padres fueron asesinados, tal vez por las mismas personas a las que llaman padres.
Hay hijos que vivieron el exilio con sus padres, para los que es natural no sentirse en casa en ninguna parte.
Hay hijos que crecieron con sus padres perseguidos y prefieren olvidar ese tiempo hecho de mudanzas incomprensibles.
Hay hijos que tienen a sus padres y, tal vez por eso, no les interesa ahondar en su historia.
Hay hijos que creen ser “hijos de desaparecidos”, pero solo encarnan la duda hamletiana que corroe a una generación.
Hay hijos que se apresuran en ser padres.
Hay hijos que se apresuran en ser padres y siguen siendo hijos.
Hay hijos que no quieren ser padres.
Hay hijos que no quieren ser HIJOS.
Hay hijos que no quieren ser.

* Adelanto de su próximo libro: Restos de restos.


viernes, 19 de noviembre de 2010

Barret se suma al intercambio de opiniones

La guerra de poesía (o la necesidad del revanchismo poético)

“en la poesía siempre es la guerra”

O. Mandestalm



La derecha poética no existe como la concebíamos hace varios años. No es Echecolatz escribiendo poemas epitafio en Marcos Paz; o Julio Meinville elucubrando epigramas místicos para la lectura de Salam; o Bruno Vidal redactando la épica de la tortura Pinochetista. La derecha poética de hoy es más compleja. No alaba el mal metafísico, ni destila sus neoromántica en cantos protofacistas (Pound, Eliot, etc). Nuestra derecha poética es patética por boca del testimonio pituco y bienpensante (reescribiendo el silencio de Trakl desde Heidegger); Leming que se arroja al vacío para acabar con el peso de tanto spleen. Garchofa que se anuncia pseudo plebeya pero es leída por los mismos de siempre y a mansalva. La derecha poética está cómoda en su trono príncipe de la noche gobernando las condiciones externas al verso. Edición cinco o diez lucas, ¡vaya que el papel está caro!... no le gusta, vaya a Dunken... Aquí sólo Casas, Cucu, Rubio, Rodríguez, Gambarota... pero también sus críticos: los Fridemberg, los Aulicino, los Fonderbider... Es claro, los príncipes de la noche ya no piensan el significado de la poesía, sino en los usos de la poesía (“el significado es el uso”- 2° Wittgenstein). Derecha confabula pacto poeta-editorial-cultura-Perfil, Radar-Ñ, ADN (comentario asegurado, venta también). El mal radical de la poesía argentina es esta cadena (banal) de montaje que culmina libro-cajita feliz (versión plebe: Eloisa; versión fashion: Vox). ¿Y el aura? A la derecha poética le hace cosquillas el outsider poeta y todo aquello los chorros de tinta invisibilizada, salvo aquello seleccionado (señalado por ella) como “exótico” (ojalá la Sarlo te comente tu libro pibe...). Una guillotina que no sale del salón en el que se lució, es un acto lúdico-simbólico, corte interesante, pero snob, que no deja huellas si no se difunde como virus (los descabezamientos deben ser en la vía pública). Allí donde no se quiere dar la discusión político-poética, el menemismo sigue haciendo de las suyas en su faz decadente-consagratoria, reconciliadora, en su “pax poética” reproductora de sus “usos”. La muerte de la ideología poética nunca estuvo en el poema (¿los noventistas solo describieron la realidad?), sino en las condiciones de producción/difusión/recepción del lenguaje noventista (¿construido de las formas que ellos describían?). Las mismas condiciones de hoy. Los mismos de siempre. La guerra de poesía es la tarea de la generación que viene.


Leandro Daniel Barret

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Polémica en el blog

El corte y la invención
Por Juan Laxagueborde

Hay énfasis por producir el hiato. Esto es una novedad que a la vez que desafía la capacidad de la historia de autonarrarse omnipotente, autorizada, pone a la época en estado de indeterminación. Y con la época, todo lo que ella incluye se vierte en la frontera de persistir y disgregarse.

Un libro se ha partido al medio no sabemos bien con qué voluntad profunda de socavar qué. Gestos como este siempre ingresan al ánimo por la grieta frágil que incluye a la sorpresa, el terror y la fundación. También ese acto es una glosa acerca de la fuerza como motor. Todo acto, todo lenguaje, toda palabra será exégesis de todo, pues: la búsqueda atónita del civita; el obstinado peregrino que elude barriales; la voz que apela a un rasguido mayor para ser oída en medio del coro.

Alejandro Rubio ha dicho que es hora de pintar un amanecer tal cual es, fraguando en cada uno de los versos de su Diario noticias abismales sobre cómo se ha singularizado una parte de lo que había. En ese texto, el otrora “poeta de los 90”-como tanto les gusta decir a algunos, no escuchando en esa nomenclatura el ruido que hacen esas dos cifras, que serían festín para numerólogos y que, por lo menos, nos deberían diferenciar del tiempo al que alude-, parece advertir que algo de lo que era no es. La advertencia hace al debate, lo sitúa, lo vitaliza.

Guillotinar no es matar. Recordar no es calcar. Aludir no es citar. Sí hay centelleantes luces que enceguecen y tiempos que se vienen encima irrespetuosos de su propia lógica, negando a sus defensores. El actuar siempre en el paladeo del hoy es notar que si no la voluntad debe atenerse a la apelación. Actuar en el tintineo febril del hoy es el primer paso para una certeza, al menos, atisbada.

Pensar la historia en planos mayúsculos fagocita el peso con el que de por sí las tan mentadas cotidianeidades habitan nuestra vida política. Si digo esto es porque no celebraría deglución de parte de un discurso sobre otro. Cortar al medio una edición es poder distribuir sus partes: advertir que siempre está compuesta. Nunca es total. Un reverberar, nunca una muerte.

Fabián Casas no es total, por cierto. Es un escritor compuesto, integrado por fojas que lo totalizan. Se compone de palabras que a la vez que recogen las trapisondas de una barriada sobreexigida por la angustia, le arrebata a lo ahistórico su mella en el tiempo, su simbólica.

Esa es la simbólica a la que debe apelar toda generación para escindirse y autodeterminarse. Recuerdo un cuento de una antología sobre el peronismo, irregular en su obstinación por descubrir los tonos contemporáneos, pero considerable para esta discusión: algo para contarle a mis nietos, decía un concurrente al traslado de los restos de Perón a San Vicente. Por fin: el mito. Un mito escindido de otro mito.
Quiero decir: la época es marcada por lo que de flamante tiene su relato, por la capacidad de situarla en un terreno distinto del que había, pero siempre integrada por el lazo profundo y subterráneo de la historia que la sostiene orgánico y la hace respirar.

Si cuando pensamos en quebrar, en ajar, en cortar al medio, definitivamente no glosamos, ni negamos, sino que reescribimos una historia que siempre se nos presenta lejana y evanescente, estamos convirtiendo la historia en contemporánea. Estamos ensanchando la vida para que ingrese a ella el nervio último del existir: el ser con otros.

martes, 16 de noviembre de 2010

Y la polémica la sigue… J.B Diuzeide

¿Y por Casas cómo andamos?

Deseoso es el que huye de su padre.

Lezama Lima

Juntar contrariedades en un solo cuello y destinarlo a la guillotina, lejos de solucionarlas puede resultar algo como aquello que amenazaba al (no tan astuto) Odiseo al enfrentarse con la Hidra.


Me parece que en Casas, Fabián, en su cabeza guillotinable, en sus libros y en sus prácticas culturales, laborales, y políticas más allá o más acá de esos libros, varios problemas pueden condensarse. Problemas que se articulan entre sí, pero que no son un solo problema. Con lo que me parece más aconsejable que la impaciencia de un Robespierre la minucia de un Jack the Ripper.

Me confieso culpable: A mí me gusta más de un poema de Casas y más de un cuento (arriesgo que Los lemming me gusta completo) y también me gusta más de un ensayo bonsai.

¿Y entonces?


Mi primera incomodidad, ¡a esta altura!, corre el riesgo de parecer adolescente: puros y transeros, apocalípticos o integrados sería una forma apresurada y algo tosca de postularla, pero sin que allá nada del todo inexacto.

Sucede que determinadas escrituras -y el pregonado (la palabra no es inocente) Boedismo Zen es una de ellas- parecen exigir que se ponga el cuerpo de determinadas maneras. Seamos ucrónicos y contra fácticos (total el mail es gratis y a diferencia de otras textualidades lo permite sin mayor escándalo): Si Villon hubiera podido

escribir lo que escribió sin ser lo que fue, ¿hubiera variado en algo el esplendor de su poética? Lo que sí hubiera variado, y mucho, es su figura de escritor.

Supongo que alguna vez Casas tuvo más que ver con esos personajes de sus cuentos y con ese yo poético que lo identifica, que con el editor de una revista campera & sojera que esconde, no demasiado, a una estrella pop de la literatura. Y aquí se articula

el problema dos: Casas convirtió el hallazgo en fórmula en tic en mueca en marca. ¿Papel picado marca Casas? Y con este problema, creo, se articula el problema tres -crimen del cual el reo Casas no es partícipe necesario sino un aprovechado-:

esas escrituras se consagraron (la palabra elegida en este caso tampoco es inocente, ¿pero hay alguna palabra libre de sospecha?), se canonizaron. Desde lugares de poder editorialacadémicoperiodísticomediático.

Y, me sigue a mí pareciendo, so pena de ser acusado de setentista (muy) tardío, el problema sigue siendo el poder. Si Casas fuera sólo un gordo mentiroso que pegó un par de hits y se repite…

Si la estética noventista no se hubiera proclamado durante años como la única posible…

En relación con esto, me causan mucha gracia algunas notas al pie del segundo prólogo de la antología: en ellas se lo muestra Freindeberg huyendo como el doctor Frankenstein, del monstruo.

O, mejor quizás, negándolo como aquellos que todavía se excusan “yo al Turco no lo voté”.
Deseoso es el que huye de esas casas.


Juan B. Diuzeide.

P.D: La cita de uno de los ídolos del neobarroso es por supuesto otra provocación.

Pero, estoy seguro, ni objetivismo ni neobarroso son lo mismo, ni es lo mismo Alambres que Parque Lezama, ni es lo mismo Perlongher que Carrera (¿torcer la taba para su lado, no fue una manera específica de domesticar el neobarroquismo?).

domingo, 14 de noviembre de 2010

Sobre Kirchner y el poema de Areta según el semanario Miradas al Sur

Un video del ex presidente haciendo propio un texto de un desaparecido, durante la Feria del Libro 2005, generó una emoción importante a millones de argentinos, luego de su muerte. Esta nota cuenta la historia del autor del poema, un militante secuestrado por una patota de la ESMA en 1978, cuando tenía apenas 22 años.

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A propósito del fantasma setentista y la duda hamletiana

Por Nicolás Prividera

Hace rato que me reconozco en la pregunta por lo generacional, sin que eso signifique buscar un acuerdo con todos mis pares (un ironista dijo que “una generación es un grupo de personas que comparten un tiempo y lugar y se destestan amablemente”). La polémica es parte de ese reconocimiento: uno no discute con cualquiera (al menos no después de cierta edad...). Elijo polemizar, sobre todo, con los que se resisten a ser parte de un grupo que los acepte como miembros (con la excusa de una libertad que nadie les obliga a abandonar), tanto como con los que usufructúan esa pertenencia (siendo muchas veces los mismos que antes la negaban, hasta que se vuelve una demandada “marca”). Todas las generaciones avanzan (a tientas), incluso las que parecen detenidas (incluso las muertas), porque el futuro siempre reescribirá a su manera el cómodo o triste presente.


González Moras dice en su carta acerca de la antología Si Hamlet duda le daremos muerte que: “Somos libres, pero justamente por el hecho de no tener padres”. Es de algún modo una glosa de Borges (“felizmente, no tenemos una tradición, y podemos aspirar a todas”), como él mismo reconoce después al reivinidcar la “necesidad de reivindicarnos libres de toda tradición y a la vez reclamar y ocupar el lugar de las tradiciones que nos fueron arrebatadas”. Pero si cito a Borges no es para cumplir con el rito, sino para hacer notar la no menor diferencia, entre un legado que simplemente muere por causas naturales y uno que es arrebatado. Hay que entenderlo de una vez (Freud mediante): es difícil matar a los padres si otros lo han hecho antes por uno, y literalmente.


Habría que empezar, entonces (si ya hemos empezado...) por separar a los padres de la tradición que encarnaron, y comprender que podemos –debemos- ejercer las armas de la critica sin miedo a desaparecer (sin devolverlos a la nada, y sin asumir las naderías a las que nos condenan los mismos verdugos de la Historia). Porque la orfandad es el peor modo de encarnar la propia tradición: no se puede escapar de ella, de lo que se trata es de reinventarla. Porque negarla es negar la Historia: es declararnos eternautas y condenarnos a vagar para siempre en la tierra baldía, del mismo modo que intentar repetirla tal cual fue es condenarnos a ser fantasmales encarnaciones del (solo así vencedor) padre vencido.


He ahí el abismo simétrico: confundir la Historia con la nostalgia es el gran equívoco en el que pueden caer quienes reclaman el retorno del pasado, ya sea desde la teleología o desde el eterno retorno. Basta ver lo que dice Fenando Alfón, respondiendo a González Moras: “Al preguntarnos tanto por nuestros padres y por las influencias, no hacemos más que confirmar nuestra nostalgia por el paso del tiempo, al que concebimos irremediable”. Alfón citaba antes a Marx (como para quitarse un peso de encima), pero su retornado fantasma parece ser más bien el de Eliade y Nietzsche: “¡líbrate del peso de la historia!”, lo que no deja de ser otra nostálgica tradición, que sustituye el peso del pasado por la vacuidad de un presente sin fin (ese que tan bien representó la poesía de los noventa y buena parte del llamado Nuevo Cine Argentino, por ejemplo).


Probablemente todos los que quisiéramos encarnar otra vieja tradición traicionada podríamos confluir (e iniciar una discusión generacional que no negara la modernidad) en la misma cita con Benjamin, que no era historicista pero que tenía una Tesis (la concepción irredentista de la Historia): su ángel avanza irremediablemente, pero irremediablemente mirando hacia atrás... Lo imprevisto no es lo mismo que lo inesperado: nadie sabe cuando se da(rá)n las condiciones para el cambio, pero eso no significa negarlas u olvidarlas. Porque si el pasado no es mejor per se, tampoco lo es el presente por el solo hecho de serlo. Hay que hacer algo con él: ese es el mandato que recibe cada generación, aunque no todas saben, quieren o pueden, cumplir con esa renovada espera mesiánica.

La guillotina (II), por Fernando Alfón

Estimados, acabo de leer una carta de Juan González Mora, a propósito de Si Hamlet duda, que nos interpela y, en mi caso, además, me conmueve por la amistad y el aprecio que le tengo. Otra vez, el asunto (quizá debiera decir, el «drama») de los padres. ¿Qué hacer con ellos? Julián Axat recordó, el jueves de la ceremonia: «Ya están muertos», pero llevó una guillotina, por las dudas. Juan dice, ahora, que somos «hijos de nadie» y a nadie, deduzco, no es posible dar muerte. Sé que este «no tenemos padres» es más bien el anhelo de pensarse sin ellos, por la libertad que supone esa ausencia. ¿En verdad, nos pesa la herencia? A medir por la guillotina de Julián, debiéramos creer que no cabe duda. ¿A qué se debe esa angustia?

A esta altura de la polémica, creo que habría que decir algo que, de tan evidente se nos sustrae: nuestros padres, más que personas de carne y hueso, parecen ser ideas. Juan cita algunas en su carta: la idea de Revolución, la idea de Progreso, la idea de Historia. Creo que todas ellas tienen algo en común: nos vienen del pasado. A ese pasado, estimo, solemos llamar «memoria». El asunto —ya verán— está íntimamente ligado a la Antología poética en cuestión.


Mircea Eliade ha logrado demostrar que la memoria es un invento reciente de la humanidad. La concepción moderna del tiempo, histórico, lineal y evolutivo, supone que es posible y útil la conservación del tiempo transcurrido; es decir, que es posible y necesaria la memoria, de la que las sociedades arcaicas estaban a salvo, librándose de ella periódicamente, al revivir, por medio del ritual, el tiempo del origen de todas las cosas, el único esencial. Si para el hombre actual hay un tiempo pasado irremediable, pero atrapable por medio de la memoria, para el hombre arcaico hay un tiempo eternamente presente, en el que nada es necesario capturar, pues nada enteramente se pierde. Se trata de un tiempo en el que todo lo que sucedió, sucederá. De aquí el desinterés del mundo arcaico por el libro, primaz artefacto de la conservación de la memoria; y por las bibliotecas: sus templos más ostentosos. Ese artefacto, uno de cuyos ejemplares fue ejecutado por Axat, en verdad nos fascina y nos encanta. Pero esa Memoria, devenida autoridad, —como decía Marx—, nos lastima la conciencia y nos limita.


Al preguntarnos tanto por nuestros padres y por las influencias, no hacemos más que confirmar nuestra nostalgia por el paso del tiempo, al que concebimos irremediable. Noto nostalgia en la carta de Juan ―Pallaoro escribió unos versos sobre esta nostalgia, y llamó a Juan: «El poeta perdido»―. Noto nostalgia, también, en la guillotina de Axat.


Creo que debemos encarar el drama de las influencias a partir de una revisión de nuestra concepción progresista del tiempo, que sitúa a todo pasado como irremediablemente mejor. Hay un único tiempo que nos compromete: el contemporáneo, acaso el único y real donde transcurre la vida. No ignoro que la izquierda tiene enormes problemas para pensar estos temas, pues abrazó profundamente la concepción historicista del tiempo. (Pero no toda la izquierda, déjenme agregar.) Me quedo con el Benjamin que, al llegar a París, escapando de los nazis, descubre en los pasajes de la ciudad el principal mito moderno: la originalidad. Descubre que la moda no es más que el retorno de lo viejo, travestido de fantasma, embriagando a todos con la promesa del progreso. Descubre que no hay novedades esenciales y que la revolución se cuela, de imprevisto, por un resquicio inesperado, que no debemos demorar.


La poesía, cuya fuerza emana de lo mucho que conserva de este espíritu arcaico, habita ese tiempo reversible y grita al mundo moderno —con su grito intraducible—: «despierta del sueño de la moda», que es una forma de decir, «¡líbrate del peso de la historia!». ¿No es eso, acaso, lo que leemos en los versos de Lucrecio y en la Égloga IV, pero también en John Donne y en «El abismo», de Baudelaire: «
No veo más que infinito por todas las ventanas». Vean bien la guillotina de Julián: la cuchilla, ¿no era acaso una lámina circular? Si fue una casualidad, concédanme al menos que puede ser una señal.

Jueves 11 de noviembre de 2010

Juan González Moras se suma a las repercusiones de la presentación de la antología

Si Hamlet duda le daremos muerte

(o de cómo no morirnos despiertos siendo sólo presente)

Me es totalmente ajeno el interés por los movimientos literarios, las generaciones literarias o formaciones por el estilo. Y ahora un libro me pone en los márgenes de una idea generacional que me obliga a volver sobre muchas de mis obsesiones, de mis caprichosos y supuestos principios.


En realidad, y al contrario, me han interesado mucho, siempre, los lazos literarios armados a lo largo y ancho de la historia por escritores, por artistas, que, generalmente, desclasados, no tenían por qué seguir ningún derrotero fijado de antemano, ningún canon.


De ahí mis momentos de fascinación literaria: Carver y todos lo que vinieron con él, Pavese, Arlt, Lamborghini, Rivera, Fowil, y también Leonard y Auster y Shepard, Amis y Gustavo Raúl Aguirre y Juan Ortiz. Y Alejandra Pizarnik. Y el Van Gogh escritor, y mucha mucha música.


Todos se enlazaron, de maneras diversas y distintas, y en lugares y tiempos diferentes, a una tradición que (por todas esas divergencias) no les pertenecía. Inventaron una forma de expresar y comunicar un mundo propio a partir de tender puentes imaginarios y muchas veces absurdos.

Yo me siento, igual que ellos, hijo de nadie. Aunque sea hijo de todos ellos. En eso me siento totalmente “adentro” de la antología (la primera vez que estoy en una antología). Somos libres, pero justamente por el hecho de no tener padres. O mejor, por el ostensible hecho de la fractura cultural producida en los 70.

Cuando leí las introducciones al libro, pero fundamentalmente cuando escuchaba a Julián el jueves 4 de noviembre de 2010, en la presentación del libro, volví de manera inevitable a los noventa. Volví a las interminables discusiones que durante aquellos años sostuvimos en el seno del grupo la grieta. ¿Qué discutimos? ¿Sobre qué construimos un ideario y un discurso? Sobre algunas premisas, tópicos y consignas, que son éstos: la derrota; olvidar los 70; el páramo; el minimalismo; los sin tierra pero también los sin techo; el interior; la nausea; las reescrituras.

Pusimos la poesía en el lugar de la música y viceversa. Con Gabriela Pesclevi y con Fernando Alfón, Fabiana Di Luca, Peonía Veloz, y tantos otros amigos músicos, artistas plásticos y bailarinas, montamos varios de los que llamamos “recitales de poesía”. Entonación de poemas con músicas compuestas para la ocasión y objetos y danza y otros despliegues del lenguaje. Y la política. La búsqueda y premisa mayor de cada cosa que encaramos.

Fugaces apariciones (no hicimos más que una serie de presentaciones de cada uno) que en realidad condensaban, en cada caso, el trabajo colectivo de un año entero.


Está claro (ahora, para mí) que el trabajo era para nosotros y por nosotros. Aunque fuera el lugar, también, para poner en movimiento, en acción, a la propia revista La Grieta. La forma de que sus escritos e imágenes cobraran otra dimensión.

Eso fue para mí, para nosotros, la poesía en los 90. Otra cosa, pero planteada sobre las mismas consignas, interrogantes, orfandades y deseos. A punto tal que nosotros (todos veinteañeros por entonces) terminamos ligándonos personal y literariamente con una generación que parecía totalmente lejana, pero con la que pudimos compartir plenamente esos deseos, interrogantes, orfandades: Edgardo Vigo, Leónidas Lamborghini, Andrés Rivera, Juan José Manauta, Ramón Ayala.

La poesía de los 90 que ahora estamos guillotinando se condensa y se proyecta en realidad en los 2000. Es decir, cuando los 90 terminaban y entraban en perspectiva, cuando la debacle tomó cuerpo, cuando la mayoría corrió a esconderse y a intentar lavar sus culpas en la alianza.

Ahí aparecen con fuerza y significado varias cosas de las que ahora hablamos. Ese grupo literario y cinéfilo que se abriga bajo las mantas de un autoproclamado minimalismo u objetivismo. Literal al grado de ser tan redundante como el título de la peli “historias mínimas”.


El minimalismo, si es que existió como movimiento (lo cual dudo profundamente), nunca se jactó de ello. En realidad, es una de las tantas consecuencias de varias derrotas y frustraciones. Aquella de los grandes discursos. De las filosofías de la modernidad. El minimalismo es una forma de expresión que se nutre de recursos escasos, de fragmentos. De las esquirlas que dejó la implosión del discurso de progreso mejor articulado de la historia de occidente: el sueño americano.

Nuestro interés por el minimalismo (en los primeros 90, no ahora) es, quizá, el interés que despierta la narración despojada de eufemismos de la derrota del sueño progresista. Es no otra cosa que un espejo en el cual los jóvenes hijos de los 70 podíamos reconocernos.

Aunque al final de los 90 lo que quedara del minimalismo “nuestro” sea lo que muestran las revistas de decoración. La revista living es la que más y mejor ha mostrado “nuestro” minimalismo.

Nuestro minimalismo habitará, efectivamente, formas de expresión y comunicación no de escasos recursos sino, en muchos casos, de pobres recursos. De “únicos” recursos tomados, cristalizados, serializados hasta el cansancio. Dispuestos para demarcar un espacio de hibridez y complacencia cultural y política difíciles de soportar. En la literatura y el cine. En la música surgida y encumbrada en ese mismo momento: el rock chabón.

Tengo en claro, finalmente, que aquel lugar de juventud en el cual pude desarrollar estas pocas ideas y sentimientos hoy ya no está. Quizá –especialmente- porque nosotros ya no estemos en ese lugar. Porque nos desplazamos.

Tengo claro, también, que es necesaria esta nueva experiencia: la de juntarnos tantos poetas con la sola y única misión de compartir nuestras formas de expresión, nacidas bajo la misma falta de techo, de casa. Algo que no pudo hacerse en los tan nombrados 90, pero tampoco en los 2000.


Con la misma necesidad de reivindicarnos libres de toda tradición y a la vez reclamar y ocupar el lugar de las tradiciones que nos fueron arrebatadas.

Con la necesidad de ponernos, a la fuerza y por prepotencia de trabajo, en la historia. Para no morirnos despiertos siendo sólo presente.

Gracias Julián y Juan por la oportunidad, por el empeño y dedicación, por la desmedida generosidad de la convocatoria.


Juan González Moras

martes, 9 de noviembre de 2010

Más repercusiones sobre la presentación


Todas las fotos todas en el blog de La Talita Dorada

Y la crónica sobre lo que sucedió en el Malvinas, según la mirada del diario platense Diagonales.


lunes, 8 de noviembre de 2010

Elías y Si Hamlet duda...















El poeta Beto Elías con la antología recién salida del horno

(http://www.muerete.com.ar/)

viernes, 5 de noviembre de 2010

La Guillotina, por Fernando Alfón

Ayer asistí a un acto donde se guillotinó un libro. La cuchilla, por su peso, parecía haberse desplomado con el desinterés que le da la contundencia. Conservo un pedazo del libro ejecutado. Escribo este testimonio asaltado, aún, por la fascinación y el asombro. No recuerdo haber presenciado un acto público semejante. Sé que en la Argentina se quemaron libros y otros se enterraron, pero de eso ya hace tiempo. Sé de libros perdidos, y otros no leídos, que es una de las alternativas de la muerte. La guillotina es otra cosa: se trata de un símbolo. La muerte mera, sin más, parece menos definitiva que la muerte a guillotina. Como todo acto simbólico, pretende decirnos algo. ¿Qué fue lo que pretendió éste?

El hecho sucedió durante la presentación de la antología poética Si Hamlet duda, le daremos muerte. Todo lo que acompañó a la ceremonia: la discusión de los panelistas, la lectura de poemas, el brindis, estimo, fue menos relevante que la presencia de una guillotina en la sala, del porte de los más altos asistentes, e incluso más. Nótese que el libro también anuncia la pena capital, como amenaza.

¿A quién se había guillotinado? No voy a defraudar soslayando el nombre (Fabián Casas), porque las guillotinas demandan nombres propios. Son algo personales y es como si quisieran acabar con un nombre, más que con una vida. Pero me interesa más el guillotinador: Julián Axat, quien desde el panel aseguró tener otros candidatos más para el decapite. Ahora sí eludiré recordarlos, porque todos eran uno mismo: el padre, en un sentido muy acotado del término: el padre-autoridad.

He llegado así, al corazón del problema: los padres, cuando hablamos de literatura, se llaman «influencias», y algunos no pueden pensarlas sino bajo el signo del drama. Uno de los poetas que subió a recitar, el que más aprecio y que conlleva, también, un nombre propio: Pablo Ohde, aseveró: «cuando uno escribe está sólo». Inés Aprea, que lo sucedió, buscó refutarlo: «uno siempre está con otros». Julián Axat, que intuyó inmediatamente el horizonte filosófico del asunto ―y olió rápido la polémica― agregó que «uno siempre es un otro». Mire, estimado lector, al tremendo asunto que arribamos, luego de la guillotina: matar a un otro que nos constituye; matar al otro a partir del cual nos hemos inventado; matar, precisamente, a aquellos a partir de los cuales somos uno mismo.

He dicho que escribía este testimonio asaltado, aún, por la fascinación y el asombro, no ignoro que algo del orden de la infamia lo alienta, porque pretendo reconsiderar el valor del dueño de la guillotina. El decapitador no vive su oficio con la alegría irrestricta que se deduce, erróneamente, de la seguridad de sus actos. El verdadero decapitador, que comprende el entramado interno y último de las muertes que consuma, sabe que las cabezas que deja rodar, todas distintas, son siempre la misma; por eso se acaricia el cuello, luego de cada sentencia, como si supiera el lugar constante donde se desploma el filo.

La Plata, 5 de noviembre de 2010.















Justicia poética

Presentación de la Antología en La Plata (4/11 en el Islas Malvinas)

¿Hamlet o Robespierre? Una noche en la que rodaron varias cabezas

Una comunidad imaginaria no puede existir si no provoca. La antología poética como plan de operaciones con aspiración (conspiración) destituyente-constituyente de los cánones consagrados. Manojo de versos desean ser máquina de guerra o fantasma propiciatorio de aquello que el propio mecanismo literario –actual– no ha podido y no puede destartalar sino a largo plazo. Mientras, la decadencia noventista de esperar a "la voz extraña" (el espectro del padre) se pose sobre un poeta menor. Cortar de cuajo la angustia de las influencias para acortar los tiempos poéticos. El espíritu absoluto es y está acéphale.