miércoles, 28 de marzo de 2012

Una historia


El texto que sigue refiere a un riesgo que podría haberse previsto. Sin embargo, como habla de la vida de gente simple, sencilla y humilde, -paradójicamente- pareciera que esas vidas dependen del destino de complejos designios. Digo “pareciera”, porque los dioses están cómodos y pretenden hacer creer que las cosas las decide Dios, y no la falla humana miserable, distante, de magnate corrupto e indolente.

Dicen que al morir todos los pobres ven una luz hacia el final del túnel, bueno, se trata de los faros de un tren que se les echará encima…

Julián Axat

JOSÉ

Tenía el nombre corto pero sonaba como un golpe en una madera dura… José… Hijo mayor de cuatro hermanos, aprendía a sus diecinueve años el oficio de un vecino, carpintero de obra. Tenia las manos demasiado grandes para sus ojos picaros y muy llenos de luz. Trabajó al principio de alambrador, cuando dejóla escuela. Era necesario el trabajo para una familia sin padre y una madre domestica de una casa en un country cercano. Allí se le pusieron fuertes y anchos los dedos de manejar los rudos hilos de alambre. Lo notaban sus hermanos menores cuando jugaban con el y sentían la piel áspera como una lija. Tenía un nombre corto y duro, pero una sonrisa que desnudaba su estirpe de buen pibe. Esa mañana, como todas desde hacia un año, se levantó a las seis, tomó el pan flauta entero y lo llenó con dos fetas de paleta y mucha lechuga, con un poquito de aceite en el medio de la miga para darle el gusto distinto como le habían enseñado. Caminó rápido a la estación. Llevaba en la boca el mismo sabor de la infancia de mate cocido y pan tostado. Llegó al tren ajustado de horario y de espacio, con el bolso azul golpeándole el fin de la espalda y la cadera. Se lo habían regalado en navidad, para llevar la ropa de trabajo, con un consejo aprender y cuidar el trabajo. (...)

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