La zapatilla carbonizada yace en un rincón
en la misma posición que antes
la Sra. Juez a cargo ingresa y la rodea
no se anima a tocarla,
intenta recordar los colores que tenían al momento de la indagatoria,
azules piensa, no, rojos, con abrojo, sin cordones claro…
ahora sí, recuerda algo que un pibe le dijo, que “las llantas” eran su bien más preciado;
pero, el aire se condensa, huele a las profundidades de un horno cuya metafísica histórica, la Sra. Juez prefiere no meditar; y la mente se le borronea,
como también se le borronea el contorno negro, o de la gama del ceniza del calzado ante su vista,
entonces recobrando el tiempo la Sra. Juez vuelve al rostro de alguno de los pibes que se le confunden, o los asimila a una suerte de gran frankestein-menor armado con retazos de rostros de todos los menores que encerró a diario en ese lugar, y coinciden con las zapatillas desacordonadas; pero cuál será, medita, cuál, el dueño de estas zapatillas…
entonces, de repente, suena el celular, llama su abogado:
“Dra. le están por iniciar un jury, pero no se preocupe usted, estuve estudiando la cosa,
la 22.278 le permite el encierro por el delito que sea, hay gente que va a presionar,
pero esto es un hecho que la excede, quédese tranquila…”,
que hay leyes hechas a su medida,
y que toda las paredes de ese mismo lugar o de otro similar,
pueden arder como el mismísimo infierno, estando adentro celadores
policías, pibes, guardias, familiares de esos pibes, o lo que sea, y como todo la “excederá”,
ella tendrá la jubilación, y sus años de gracia, pero…
distingue un tono rojizo, una mancha o hilo parduzco, que
sale del calzado, viborea un laberinto hacia el zócalo, imperceptible,
repta la mirada hacia la pared, en un punto donde algo está escrito
o garabateado en letras,
entonces se acerca, se quita los anteojos de la punta de la nariz, y lee, o cree leer:
“no olvidarme de pedirle a la viejita me traiga las zapas limpias para el lunes…”
contiene ganas de vomitar, ahora sí recuerda ese rostro, regresa con claridad a cada rostro,
el de todos los pibes que antes eran ese frankestein difuso que se le des-hace por gajos en la mente, y piensa en los que como ése, el otro, aquel, deben seguir luchando, con todas sus fuerzas, para defender su inocencia frente a ella, mientras los guarda, dispone,
confina, protege, sí –piensa-, de las ganas de zapatillas…
Entonces,
se persigna con la señal de la cruz,
y se retira.
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