jueves, 14 de abril de 2011

REVISTA SUDESTADA (mayo 2011)

Del arte de la provocación a la provocación por el arte


Ningún gesto alcanzaría para hacer de esta antología poética el saludable atentado simbólico que es entre otras cosas, si no fuera por la calidad, variedad y potencia de los poemas que la integran y la lucidez pendenciera de sus prólogos y epílogo. Sin embargo a este colectivo de poesía insumisa se lo ha intentado descalificar, desde el buen gusto y la corrección política, por las circunstancias de su presentación en sociedad.

…la cuestión es / con qué cicatrices hacer el mundo…
Poesía de los 90, Emiliano Bustos

La provocación empieza en la tapa de si Hamlet duda le daremos muerte. Sus colores dominantes son rojo y negro planos, plenos y contundentes. Los colores históricos del anarco-comunismo, del sandinismo y también, dirían los detractores -enredados en la corrección política, ese invento hipócrita de las universidades gringas- los colores del nazismo. El dibujo, sintético, una silueta, representa una mano en escorzo que acerca fuego a la mecha de una bomba o cartucho de dinamita.

Pero la provocación más genuina no está en la tapa. Y menos que menos estuvo en la presentación del libro en el Centro Cultural Islas Malvinas de La Plata a fines de 2010. Por entonces, a los muchachos hamletistas, quizás para alardear del saber histórico que acecha en su terrorismo cultural, se les ocurrió descabezar un libro con una guillotina de salón. El nominado fue Fabián Casas, o mejor dicho la edición Emecé de sus poemas. A Casas no se lo ejecutó como consecuencia de un repudio intrínseco a sus prácticas de escritura o a su estética, sino por considerarlo un representante de aquello que uno de los poemas de la antología llama perros publicadores. La rebelión hamletista -que pretende cargarse hasta al propio Hamlet si no para de cavilar y de una vez por todas se decide- apunta contra determinados mecanismos de consagración, contra el lobby poético y las alianzas tácticas entre autores, cátedras y periodismo cultural. Contra las estéticas normativas y no contra una estética en particular. De hecho, esta antología incluye poemas que podrían formar parte de una serie objetivista, así como otros neobarrocos, junto a poetas visionarios como Pablo Ohde, místicos como Diego Roel, neo-neo-románticos y poetas que abordan decidida y explícitamente la crítica social y política de maneras novedosas.

Al poco tiempo de aparecido el libro, la dinamita o bomba estalló en un par de blogs y las esquirlas se expandieron hasta la periferia de algunos suplementos culturales. Podría lamentarse que el atentado poético -y no por falta de puntería de sus autores-desatara una llovizna de moralina más que una galerna de discusiones estéticas y políticas. Aunque quizás esto valga como desenmascaramiento si es que aún hiciera falta, y por lo tanto resulte legible en otros términos que no sean los de la reprimenda de los que saben ante una travesura desmadrada. Por supuesto sería deseable que los críticos, para comenzar, leyeran; y, para seguir, que no se dejaran llevar por la crasa literalidad. Desde una de las tantas citas que amojonan el libro, se advierte: Cruel seré, más no seré feroz; el sólo puñal que esgrimiré serán palabras, Hamlet, Shakespeare, acto III, escena II.

La citada broma iniciática, aún sin la menor efusión de sangre, agitó una caterva de índices admonitorios. Como al poco tiempo el libro fue presentado en el espacio cultural de la ex Escuela de Mecánica de la Armada, mezclando tiempos y lugares hubo quienes acusaron al hamletismo de algo así como guillotinar a la cultura en ese ámbito. De ahí se pasó a señalarlos prácticamente como émulos de los matones de Rucci, la triple A o el Grupo de Tareas 3.3.2. Señores críticos, como le dijo Charly García a Rodrigo, cuando tras una noche de diversión y excesos compartidos el cordobés propuso grabar un disco juntos: “¡Hay límites!”.

En el primero de los prólogos del libro -Ser o no ser (Hamlet), de Julián Axat y Juan Aiub- se plantea: El campo literario actual es funcional a la derrota, gestionando la consagración de algunas voces, mientras obtura (invisibiliza) la recepción y difusión de otras (…) El canon se aísla a sí mismo, censura, reescribe y vende sofisticación (…) este mecanismo de exclusión propio del campo poético literario (editoriales, académicos, distinciones, salones, librerías, prensa) a la vez que consagra impide evidenciar una voz alternativa, múltiple, común. Cabe agregar que la operatoria consistente en dejar fuera todo aquello que no sea objetivismo o neobarroco, todo aquello que no provenga de determinadas editoriales de Capital, Rosario o Bahía Blanca, es una práctica análoga al pensamiento único en política y al neoliberalismo en economía.

El segundo de los prólogos de la antología -Papel picado, Kerouac y Hamlet, de Emiliano Bustos- concluye: Como Hamlet, todas las generaciones de poetas han tenido sus fantasmas y sus padres. Nosotros, poetas más o menos jóvenes pero actuales, padecimos la muerte de muchos padres y el posterior ocultamiento de cuerpos, lugares, obras. Como defensa no fue un mal ataque darle la voz a los fantasmas. Pero, claro, el tiempo pasado entre fantasmas puede volverse demasiado real. Y entonces hay que dejar la duda, desmalezar, avanzar y largar peso. Pero largar peso no es perder historia. Es criticar, discutir.

Esta antología, que comprende autores cuya edad va desde la edad promedio de los hijos de desaparecidos hacia abajo, también es un diálogo con los padres que no están: biológicos, políticos y literarios (Bustos, Axat, Aiub de hecho son hijos). Una discusión fraternal con esos ausentes tan presentes, dado que ahora ellos son mayores de lo que eran sus padres al ser devorados por la maquinaria genocida. También con algunos sobrevivientes se discute. Sin piedad. El mejor ejemplo es el poema Gelmaniana, de Leandro Barret: escribo / cargado de pasado / sin futuro.

Las preguntas implícitas acerca de los legados estéticos y políticos recorren intensamente los poemas de esta antología, se podría decir que enhebran piezas de estética muy diversa y asoman haciéndose explícitas en los poemas de Inés Aprea y de Nicolás Prividera, que funcionan como manifiestos desde el lugar del hijo humillado, víctima de una conjura y de un crimen, desde la derrota cultural heredada. El epílogo de Nicolás Prividera señala certeramente: es difícil matar al padre si otro lo ha hecho por uno… El abismo simétrico se abrió así entre quienes asumieron (sin distanciada crítica) la irredenta voz del padre, y quienes rehuyeron (con frivolidad posmoderna) a su sacrificial historia. Incluir la antología si Hamlet duda le daremos muerte en la colección Los detectives salvajes -dirigida por Axat y Aiub-, que publicó a poetas desaparecidos por la dictadura como Carlos Aiub, Jorge Money y Joaquín Areta, resulta especialmente significativo. Aquello que el genocidio quiso separar para siempre, los hamletistas lo vuelven a unir de modo simbólico sin que esto signifique deponer la actitud cuestionadora propia de los hijos.

Juan Bautista Duizeide

Es sólo rock´n roll…
Las formas cristalizadas -y convertidas en mercancía- de la rebelión juvenil se han convertido en formas de la cursilería, en significantes vacíos aceptables para el poder. Por mí drogate y pogueá todo lo que quieras mientras no desafíes abiertamente mi dominio, mientras no disputes la forma en que el mundo se organiza. Es más, yo te vendo la droga y la entrada, podrían decir los amos del mundo en un rapto de sinceridad. No lo ignoran los hamletistas -heridos por la derrota, nunca obnubilados, como plantean Julián Axat y Juan Aiub. El poema Nunca fui al Italpark, de Marilina Cuesta, dice: Lo más cerca que estuve del esplendor / fue en un estadio, una banda de rock / quebraba el universo / de mi llavero / mis pantuflas / la polenta para el perro. En Inmolación de los pájaros, de Fernando Manzini, se lee: Pájaros de fuego rojo, pájaros de sangre; / pájaros que brillábamos de sol y de encanto: / ¿cómo hicimos para convertirnos / en este ejército de jeringas viejas? / ¿Cómo hicimos para transformarnos / en estos dedos secos, en estas momias lentas / de lentos ojos flacos?

Si se duda de Gelman, si se duda de Giannuzzi, ¿cómo confiar mansamente en aquello que alguna vez identificó a buena parte de las juventudes rebeldes del planeta pero hoy es un buen empleado del shopping global que hace horas extras desde los ringtones? Su célebre mandamiento es para varios de los poetas de esta antología algo más a ser discutido, infligido, burlado. El sexo, las drogas y el rock no sólo aparecen muchísimo menos en este corpus que en la poesía más identificada como noventista, sino que aparecen de otras maneras: no acríticas. Ya no se considera a los integrantes de esa trilogía banderas tan revulsivas como las de libertad, igualdad y fraternidad que identificaron a la revolución francesa. Se sabe que pueden ser, también, campos de combate; se sabe que pueden ser instrumentos de distracción, de humillación y de dominio. Lejos de situar al sexo, las drogas y el rock en una suerte de extraterritorialidad hedónica, aparecen como territorios cruzados por la querella entre generaciones, por la lucha de clases, por la historia.

Sonría: le estamos robando
Nicolás Prividera inicia uno de sus poemas como si el Aullido de Allen Ginsberg fuera un género al que otros poetas, en otros lugares y otras circunstancias socio históricas pueden acudir: He visto / a las mejores cabezas de mi generación / destruidas por la estupidez. / Jóenes repitiendo viejos / gestos frívolos, entregados / al mercado como antes a la expulsión / de los mercaderes en tiempos en que los poetas / profesan / la displicencia a cambio / de un lugar en la Academia, voceando / espejos de colores, usando la palabra / justa sólo / para recibir un premio municipal / o el retiro anticipado… Tal osadía le fue reprochada en la blogósfera: tendrías que haber citado a Ginsberg, fue la admonición. El poema de Prividera no parodia, como haría la ortodoxia del noventismo, el más célebre poema del más célebre poeta beat, el más célebre de todos los poemas de su generación, quizás el más célebre de los poemas estadounidenses, sino que se apropia de su inicio, de su tono admonitorio y profético que hunde sus raíces tanto en el redentorismo judeo cristiano como en la poesía de Whitman. Digamos que Prividera roba. Y como bien dejó establecido T.S. Eliot, los malos poetas copian, los buenos poetas roban.

Pero además hay que ver qué relaciones de poder median en ese robo. No es lo mismo Robin Hood que un diputado sensible al lobby, no es lo mismo un anarquista apropiador que el integrante de una banda mixta de lúmpenes y policías, no es lo mismo Bruce Chatwin choreándole a Asencio Abeijón episodios completos de sus Memorias de un carrero patagónico que un poeta del hemisferio sur glosando versos tan célebres. Aunque se los pueda poner como sujetos de un mismo verbo, sus acciones no resultan homologables.

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