miércoles, 17 de noviembre de 2010

Polémica en el blog

El corte y la invención
Por Juan Laxagueborde

Hay énfasis por producir el hiato. Esto es una novedad que a la vez que desafía la capacidad de la historia de autonarrarse omnipotente, autorizada, pone a la época en estado de indeterminación. Y con la época, todo lo que ella incluye se vierte en la frontera de persistir y disgregarse.

Un libro se ha partido al medio no sabemos bien con qué voluntad profunda de socavar qué. Gestos como este siempre ingresan al ánimo por la grieta frágil que incluye a la sorpresa, el terror y la fundación. También ese acto es una glosa acerca de la fuerza como motor. Todo acto, todo lenguaje, toda palabra será exégesis de todo, pues: la búsqueda atónita del civita; el obstinado peregrino que elude barriales; la voz que apela a un rasguido mayor para ser oída en medio del coro.

Alejandro Rubio ha dicho que es hora de pintar un amanecer tal cual es, fraguando en cada uno de los versos de su Diario noticias abismales sobre cómo se ha singularizado una parte de lo que había. En ese texto, el otrora “poeta de los 90”-como tanto les gusta decir a algunos, no escuchando en esa nomenclatura el ruido que hacen esas dos cifras, que serían festín para numerólogos y que, por lo menos, nos deberían diferenciar del tiempo al que alude-, parece advertir que algo de lo que era no es. La advertencia hace al debate, lo sitúa, lo vitaliza.

Guillotinar no es matar. Recordar no es calcar. Aludir no es citar. Sí hay centelleantes luces que enceguecen y tiempos que se vienen encima irrespetuosos de su propia lógica, negando a sus defensores. El actuar siempre en el paladeo del hoy es notar que si no la voluntad debe atenerse a la apelación. Actuar en el tintineo febril del hoy es el primer paso para una certeza, al menos, atisbada.

Pensar la historia en planos mayúsculos fagocita el peso con el que de por sí las tan mentadas cotidianeidades habitan nuestra vida política. Si digo esto es porque no celebraría deglución de parte de un discurso sobre otro. Cortar al medio una edición es poder distribuir sus partes: advertir que siempre está compuesta. Nunca es total. Un reverberar, nunca una muerte.

Fabián Casas no es total, por cierto. Es un escritor compuesto, integrado por fojas que lo totalizan. Se compone de palabras que a la vez que recogen las trapisondas de una barriada sobreexigida por la angustia, le arrebata a lo ahistórico su mella en el tiempo, su simbólica.

Esa es la simbólica a la que debe apelar toda generación para escindirse y autodeterminarse. Recuerdo un cuento de una antología sobre el peronismo, irregular en su obstinación por descubrir los tonos contemporáneos, pero considerable para esta discusión: algo para contarle a mis nietos, decía un concurrente al traslado de los restos de Perón a San Vicente. Por fin: el mito. Un mito escindido de otro mito.
Quiero decir: la época es marcada por lo que de flamante tiene su relato, por la capacidad de situarla en un terreno distinto del que había, pero siempre integrada por el lazo profundo y subterráneo de la historia que la sostiene orgánico y la hace respirar.

Si cuando pensamos en quebrar, en ajar, en cortar al medio, definitivamente no glosamos, ni negamos, sino que reescribimos una historia que siempre se nos presenta lejana y evanescente, estamos convirtiendo la historia en contemporánea. Estamos ensanchando la vida para que ingrese a ella el nervio último del existir: el ser con otros.

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